dilluns, 16 d’abril del 2007

El aRtE de la AmIStAd



Tiempo atrás tuve la suerte de ver en el teatro "Arte", obra de Yasmina Reza, dirigida en su versión española por Josep Maria Flotats. Hace unos pocos días, esta obra salió, casualmente, en una conversación. Eso me hizo volver a pensar en ella, en todas las sensaciones que me produjo en su día, también en la amistad, tema central de la obra, tema central de la vida.

Para los que no hayan visto "Arte", hago un breve resumen del argumento: la obra trata de la discusión de tres amigos en torno a un lienzo en blanco, que uno de ellos ha comprado por un precio altísimo. El dueño del "cuadro" se muestra orgulloso de su adquisición, que considera una obra clave de la pintura moderna. Mientras, uno de sus dos amigos se burla de él, incapaz de comprender que se haya gastado tanto dinero en lo que no es más que un lienzo en blanco, sin valor alguno. El tercer amigo trata inútilmente de poner paz...al final, lo que no habría debido ser más que una discusión banal, acaba trascendiendo y los tres amigos acaban diciéndose muchas cosas, hasta tal punto que (al menos eso parece sugerir el final de la obra) su amistad se ve dañada de modo irreversible.

Lo verdaderamente impactante de la obra, al menos a mi modo de ver, es la inquietante duda que uno alberga sobre el verdadero motivo de la discusión. ¿De qué trata "Arte"? ¿De tres amigos que, en un momento dado, sin pretenderlo, a causa de una discusión fútil, comienzan a decirse muchas cosas que en realidad no piensan ni sienten, cosas que uno dice en el momento, sin meditar, palabras que se lleva (o al menos debería llevarse) el viento? ¿O trata más bien de tres amigos que se han callado muchas cosas durante mucho tiempo, pequeñas cosas que, quizá por no haber sido dichas en su momento, han ido creciendo, granos de arena que se convierten en montañas, montañas de aire, montañas de nada, pero montañas que poco a poco han ido resquebrajando, destruyendo su amistad, amistad irremisiblemente rota desde mucho antes de que las palabras surjan?

La cuestión es difícil de dilucidar, a la par que sutil, y supongo que cada uno de los espectadores saldrá de la sala con su propia idea, su propia concepción de qué es lo que realmente ha ocurrido entre esos tres amigos. Por mi parte, no puedo (al menos no pude en su momento) evitar pensar que la verdadera razón es la segunda de las que he expuesto y que la amistad de estas tres personas no ha quedado rota de manera fortuita por un lienzo en blanco, sino que ha sido más bien una inoportuna falta de sinceridad la que ha ido socavándola hasta sus mismos cimientos. A partir de aquí, otra pregunta sobreviene de manera inevitable: ¿cuántas de nuestras amistades serían capaces de resistir una "sinceridad absoluta"? ¿Cuantos de nuestros más cercanos allegados soportarían conocer lo que nos molesta de ellos, que les recriminásemos aquello que hicieron y nos hizo sufrir, que les dijésemos todas esas cosas que nos callamos por no herirlos, para que no padezcan de manera innecesaria? Pero...¿es qué merece la pena la amistad cuando no se comparte esta sinceridad, cuando se engaña, cuando se omite, cuando no permitimos que el otro vea realmente nuestro interior? Aún más...¿merece la pena una amistad que no sea capaz de soportar esta sinceridad? ¿No sería incluso inherente a la verdadera amistad, a su propia esencia, la capacidad de resistir incólume los vaivenes de estas oleadas de franqueza?

Muchas preguntas, desordenadas, imprecisas, sin una respuesta clara, objetiva, absoluta, pero que sin embargo me llevaron poco a poco a una certidumbre, a una firme resolución: a partir de ese momento iría en busca de ese ideal, de ese imposible consistente en una amistad perfecta, cristalina, sin amagos ni rincones oscuros, con una confianza ciega en el otro, con una sinceridad valiente y descubierta. A partir de ese momento, si un amigo hacía algo que me molestara, que me hiciera daño, se lo diría; compartiría con él todo aquello que a nuestra amistad concerniese o amenazase, por difícil que ello fuese, aunque a veces las palabras no salgan y parezca que lo más adecuado es callar.

No encontré lo que buscaba. Encontré problemas, encontré discusiones, encontré enfados, inestabilidad que amenazaba ruptura, incomprensión, extrañeza. No lo entendía. No podía explicármelo. Tal vez había sobrestimado mis amistades. Tal vez lo que durante mucho tiempo había considerado amistad verdadera no fuera sino un débil reflejo, una mala imitación, un simulacro, un juego de luces que proporcionaba cierto placer mientras nadie desvelara el engaño.

Tardé un tiempo en comprenderlo. La revelación me llegó del maravilloso libro "El último encuentro" de Sandor Marai, libro que por cierto me regaló una de las amigas con las que había tenido esa suerte de malentendidos, de zozobra, de la que hablaba antes. Seguramente en ello no hubo ninguna intencionalidad, pero al regalármelo ella me concedió también otra visión, me proporcionó perspectiva y una explicación para lo que antes me resultaba de todo punto incomprensible. A continuación añado un extracto de la extensa discusión que en "El último encuentro" se hace acerca de la amistad.

[...] Y si un amigo nuestro se equivoca, si resulta que no es un amigo de verdad, ¿podemos echarle la culpa por ello, por su carácter, por sus debilidades? ¿Qué valor tiene una amistad si sólo amamos en la otra persona sus virtudes, su fidelidad, su firmeza? ¿Qué valor tiene cualquier amor que busca una recompensa? ¿No sería obligatorio aceptar al amigo desleal de la misma manera que aceptamos al abnegado y fiel? ¿No sería justamente la abnegación la verdadera esencia de cada relación humana, una abnegación que no pretende nada, que no espera nada del otro? ¿Una abnegación que cuanto más da, menos espera a cambio? Y si uno entrega a alguien toda la confianza de su juventud, toda la disposición al sacrificio de su edad madura y finalmente le regala lo máximo que un ser humano puede dar a otro, si le regala toda su confianza ciega, sin condiciones, su confianza apasionada, y después se da cuenta de que el otro le es infiel y se comporta como un canalla, ¿tiene derecho a enfadarse, a exigir venganza? Y si se enfada y pide venganza, ¿ha sido un amigo él mismo, el engañado y abandonado? [...]

Ahora todo estaba claro. Yo tenía razón y al mismo tiempo no la tenía. Sí, es verdad, la verdadera amistad debía ser capaz de resistir los posibles avatares causados por una decidida franqueza. Pero por otro lado, al mismo tiempo, la verdadera amistad también consiste en aceptar al otro tal como es, con su manera de ser distinta a la nuestra, con las cosas que nos gustan y aquellas otras que nos disgustan. De esto, aunque en un principio no lo supe ver, también es de lo que habla "Arte".

Una vez más la sabiduría se encuentra en el término medio: es importante hablar con el otro las cosas que tienen que ver con él y nos duelen o molestan, nos afectan, nos importan, para evitar ver como granos de arena se tornan montañas, también para dejar que nos ayuden, para ser capaces de perdonar o permitir que nos perdonen...compartir para, arañando la superficialidad de la mera simpatía, poder finalmente alcanzar la intimidad y confianza características de (y reservadas a) una amistad sincera. Sin embargo, no podemos estar constantemente recriminando, echando en cara, discutiendo, exigiendo, pretendiendo cambiar al otro, intentando que sea como a nosotros nos gustaría, copia fidedigna de la imagen que en nuestra cabeza tenemos de la amistad. No podemos hacer sufrir constante y gratuitamente, a pesar de que quien bien te quiere te hará sufrir, y tal vez no porque sea necesario, sino solamente porque tal es su naturaleza, porque no puede evitarlo, porque en nuestra múltiple diversidad nadie se ajusta exactamente a lo que los otros esperan de él, porque dar acceso a nuestra intimidad otorga también, necesariamente, la llave de nuestro sufrimiento.

¿Qué hacer con los granos de arena que la marea va trayendo a nuestra orilla? Hay demasiados como para, uno a uno, devolverlos al agua: tarde o temprano el hastío y el cansancio llegarían. Hay demasiados como para, indolentes, dejar que se acumulen y formen una montaña que más tarde quizá ya no podrá deshacerse. Busco el equilibrio...¿es tal cosa posible?.

Amistad y sufrimiento, amor y odio, conceptos contrapuestos e inalienables. No se puede tener lo uno dejando de lado lo otro, el día no podría ser día si la noche no viniera a recordárselo con inexorable periodicidad. Tal vez el equilibrio es imposible, pero desde luego, a mí me merece la pena tratar de encontrarlo...me merece la pena gozar y sufrir, aceptar y buscar aceptación, perdonar y ansiar el perdón, compartir y tener miedo y sentir tu miedo, amar, odiar, arriesgarme a hacer daño mientras sufro, decepcionar, pero también, quizás, con suerte, conmover...Me merece la pena intentar rellenar ese lienzo en blanco que es la amistad. Me merece la pena intentar Vivir.

Aunque me equivoque una y mil veces.